domingo, 18 de enero de 2009

Declaración de principios



Nunca debí haber visto Il Postino por Televen un domingo cualquiera a mis doce años. Entonces tal vez mi vida fuese distinta, pero tampoco tuve que haber crecido con una biblioteca tan grande en mi casa donde a mis diez mi papá me dejaba como a una suerte de azar del destino libros sobre burocracia mejicana ilustrados, como tiras cómicas, que me divertían más que condorito. Y mi mamá yendo al colegio de monjas a la semana siguiente porque yo le dije a la profesora que era una burócrata. Cómo era posible que yo hablara así, sobre todo después que mi papá perdido las elecciones para la alcaldía, entonces ya no les importaba a las monjas y me tenían a mí hermano y a mí como los becados de caridad. Y se hacían llamar madres misioneras. Y me enseñaron que todos éramos iguales, pero a los niños con apellidos raros nunca los regañaban, me dijeron que debíamos compartir todo pero cuando no llevaba desayuno nadie me daba nada.

Un día vi a papá meter toda su ropa en una maleta, luego más nunca volvió a dormir en la casa, luego no hubo más papá, sólo papá Dios, papá tío, papá amigo con un porro de marihuana diciéndome libérate y luego papá cura diciéndome todos podemos arrepentirnos. De papá recuerdo que cuando mamá venía tras de mí a reprenderme por alguna tremendura me metía entre sus piernas y no me pegaban nunca. De papá recuerdo ayudarlo a hacer abdominales sentándome en sus pies todas las mañanas y bañarme con él luego y al salir de la ducha caminar juntos diciendo “ese hombre sí camina va de frente y da la cara Carlos Andrés”. De papá recuerdo haberle llegado a su apartamento de hombre de cuarenta divorciado a mis quince con el uniforme del liceo y una maleta diciéndole no me digas que me vas a echar a la calle como mamá.

Esa imagen nunca podrá abandonar mi memoria Neruda se acerca a Matilde y coloca un disco de Gardel y comienza a sonar vieja pared del arrabal, tu sombra fue mi compañera como media hora después salía el cartero recitando versos de Neruda. Luego de esas dos horas frente al televisor mi vida no fue igual. Pensaba que yo podía escribir versos como Neruda, creí que Gardel era un Dios que yo no conocía. Mi vida no tenía vuelta atrás. Pude creer luego, que ese yo, encontró su camino ese día.